10.12.06

Galimatías I

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Ella le dijo a Él que lo quería mucho, demasiado. Él le dijo que ella era muy joven, que sería imposible entablar una relación amorosa cuando uno tenia dieciséis y la otra trece. Ella dijo que no importaba, que también era imposible una relación entre Él y “la otra”. Él le dijo al narrador que cambiara el ella principal por algún otro pronombre como aquélla o ésta, por que ella solo podía ser para Ella y que en realidad no era Ella, sino “Ella”. El narrador accedió y continuó el pequeño relato. Aquélla le dijo que “Ella” jamás le haría caso, que “Ella” era “Eso” para Él y aún así “Ella” parecía no darse cuenta. Él le dijo que aún guardaba esperanzas y que el motivo de la discusión no era ese, sino la imbatible barrera del tiempo, que había actuado de manera diferente en Él y en aquella. Aquella comprendió la necedad que se le imponía a su paso para lo que ella pensaba que era la felicidad y tal vez lo era. Él tomó su cabeza y colocó sus labios sobre su frente. Aquella le preguntó si no era bonita y si esa era la razón por la cual no entraba en un letargo en donde las edades no existen. Él le dijo que no aquella no era una Afrodita, pero tenía lo suyo y que no era por eso, sino por el simple hecho de haber pasado por menos inviernos que él. El narrador prefirió entonces dejar de referirse a él como Él, por mera humildad impuesta. Entonces Él se despidió con un abrazo y le dio a aquella las gracias por hacerlo sentir bien, por haber hecho sonar la batería en su ya retorcida mente. Aquella se fue a pensar en montañas y valles, y él regresó a su ataúd mental y a sus cárceles de hierro. Él quería llorar, pero el narrador le recordó cuando murió la esperanza.

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